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La confesión de hoy comenzó en papel. Estoy escribiendo esto desde el coworking que me asignaron como oficina. Las luces blancas fosforecentes son molestas a la vista y el cansancio no tarda en hacerse dueño de todo mi cuerpo. Debería haberme quedado en casa, me repito una y otra vez. En el fondo sé que me gusta venir a la oficina y jugar a que soy un eslabón importante para esta empresa, aunque que lo más hago es mirar Instagram y escribir para mi Substack. Más me gusta quedarme en casa y robarme minutos en siestas matutinas o duchas de agua bien caliente para sobrellevar este duro invierno.
Me doy cuenta de que necesito un café. El de la oficina es riquísimo — molido en el momento, el espresso rebalsa mis fosas nasales con un aroma que me acomoda aunque sea un momento. Desde que escuché el nuevo podcast de Santi Talledo en Spotify, no dejo de pensar en una frase que dijo Rada, invitado del primer episodio:
Los que sufrimos de ansiedad somos los que no podemos soportar la incertidumbre.
Me quedé pensando en esa frase, en qué significa para mí y de qué manera actúa la incertidumbre en mi vida. Es una palabra que utilicé en reiteradas ocasiones desde hace algunos meses. Leyendo mi diario íntimo me di cuenta de que la escribí más veces de las que recordaba. A veces es la misma incertidumbre la que toma el mando de mi vida, otras veces logro correrla del camino y me enfoco en dejarla atrás. Cuando me doy cuenta de que mi vida puede seguir sin la incertidumbre como compañera fiel, entro en pánico y autosaboteo mis proyectos, y la visión que tengo de la vida que quiero vivir.
Quizás es en la incertidumbre donde encontré la comodidad. Es tal vez esa zona de confort que tanto me cuesta abandonar.
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