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El mar está muy calmo. El agua, perfecta para flotar y relajarse. Los pájaros cantan y el sol brilla. ¿Por qué mi cuerpo se niega a soltar la constante preocupación de que la ola aparezca en cualquier momento? No me permito la liviandad. Hay un peso en el medio de mi pecho que me tira hacia abajo. No me estoy ahogando, pero me paso los minutos preparándome en caso de que suceda. Por alguna razón, la mayor parte del tiempo la paso en estado de alerta. Intento flotar, pero mi mente ya está buscando soluciones para problemas que todavía no existen, ni sé si van a existir.
Las palabras no me encuentran. O yo no las encuentro a ellas. Jugamos a las escondidas, y no sé por donde comenzar a buscarlas. Seguiré intentando, por supuesto, porque me convoca escribir, pero las palabras no quieren aparecer. Escribir en mi diario íntimo es una gran manera de encontrar palabras. No siempre aparecen las que buscábamos, pero sí las necesarias. La confesión de hoy nació así: lapicera en mano, murmullos de la oficina a mi alrededor, y ganas de escribir. Mi cuaderno de Harry Potter es la mejor herramienta que encontré frente a la desesperación del documento en blanco que grita por sentirse lleno.
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