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Estar en silencio me incomoda. Intento llenar los espacios con cualquier sonido: música, melodías que me invento con el objeto más cercano, empiezo a cantar aunque no lo haga bien, hablo sola como si me siguiese la cámara de The Office. Aunque es una práctica que no hago con frecuencia, me gusta poner música y cantar en la ducha, o escuchar un podcast, o poner un capítulo de alguna serie que ya me sepa de memoria. El silencio en soledad me incomoda. Quizá se deba a que es en el silencio cuando se aparecen pensamientos que me descolocan, otros que me lastiman, y otros que quisiera olvidar. Tal vez sea el miedo a enfrentarme a mí misma, a ponerme cara a cara con todo aquello de lo que no quiero responsabilizarme. Si sigo creyendo que hay cuestiones que no puedo cambiar y que todo es culpa de un tercero, entonces no voy a tener que ponerme en la posición de hacer un análisis un poco más profundo.
Estar en silencio siempre me incomodó. Y más que una exageración, es un hecho. Mis papás me contaron que cuando era chiquita y me dejaban sola en la cuna, podían escuchar como me cantaba a mí misma, haciendo ruidos que me relajaran hasta quedarme dormida. En el momento en que descubrí el timer de mi televisor, conciliaba el sueño con las series de Disney Channel de fondo. Cuando me regalaron un grabador, como esos que usan las profesoras de inglés, ponía el CD que más me gustara en ese momento en un volumen bien bajito y me dormía acompañada de la música. Hoy ya no me canto canciones de cuna para dormirme ni tengo una tele en mi pieza, pero tengo otros rituales para luchar contra el sonido del silencio. En más de una oportunidad dije que mi cerebro está saturado, que pareciera no saber frenar y que hay demasiados pensamientos al mismo tiempo. A veces algunos resaltan más que otros, otras veces no puedo agarrar ni una idea que ya la reemplaza otra. En el silencio me persiguen mis miedos. Hay gente que en el silencio encuentra la calma, pero no suele ser mi caso. El silencio es la ausencia del sonido. Pero en mis momentos más silenciosos es cuando más ruido hay. Es ahí cuando aparecen todos esos miedos a los que no me quiero enfrentar, los deseos que me avergüenzan, la incertidumbre de no saber si estoy yendo en la dirección correcta. El silencio me incomoda porque me pone cara a cara con todo lo que busco tapar y olvidar. Si lleno el espacio de ruido, entonces el silencio no puede perseguirme. Me escapo una y otra vez de lo que siempre me termina encontrando.
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