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Me gusta escribirle cartas a las ciudades que visito. Recuerdo que a Barcelona le dediqué una carta de amor, y a Edimburgo me hubiese gustado escribirle un poema, si supiese escribir poesía, pero le entregué mi alma de bruja que de alguna manera sintió que volvía a casa. En Roma dejé una parte de mí. Probablemente, una parte de mi corazón siempre le corresponda a esta ciudad, incluso habiéndola recorrido una sola vez. Quizás porque se sentía familiar por momentos, tal vez porque los miles de años de historia me fascinan, pero estoy casi segura de que es por mi nonno.
Mi abuelo falleció en octubre de 2024 y yo estaba a miles de kilómetros de distancia, entusiasmada porque se acercaba mi cumpleaños, y completamente ignorante ante la realidad que vivía mi familia en el día a día. No pude despedirme como me hubiese gustado, ni compartí sus últimos meses con él. La distancia nunca me pesó tanto como en ese momento. Cada paso que daba en Roma me imaginaba todo lo que hubiésemos hablado, las preguntas que le habría hecho, las fotos que le hubiese mandado y las anécdotas que habríamos intercambiado. Mi nonno Athos no era la persona más simpática ni agradable del mundo, pero sus nietos siempre fuimos su mayor debilidad; esto significa que nos discutía todo, hacía chistes que a veces rozaban la falta de respeto, pero después venía corriendo, rogando por un abrazo y un beso, casi como si su vida dependiese de eso. Si bien mi abuelo no es de Roma ni nunca vivió en esta ciudad, hubo algo que constantemente me recordaba a él: el acento, los gritos al hablar, las gesticulaciones, el olor a café mezclado con tabaco, su cara tan conocida en cuerpos de extraños. Me acuerdo de haber visto fotos de mis abuelos en Roma durante los años que vivieron en Italia, y de pensar lo lindo que sería recorrer una parte de su país, de visitar los mismos rincones por donde estuvieron, y sentirme un poco más cercana a él. No porque no lo fuese; de hecho, siempre que podía, me cumplía todos los caprichos. Se levantaba temprano para llevarme al colegio, y años más tarde, a la estación para que vaya a la facultad. Me esperaba a la salida del colegio, almorzábamos juntos con mi abuela, y después me llevaba a todas mis actividades de la tarde.
En los días que estuve en Italia pensé mucho en él. No soy tan católica como supe serlo en un momento de mi vida, pero me encontré en todas las iglesias preguntando por mi abuelo, buscando confirmación de que está bien y tranquilo. En la Iglesia de María Magdalena lloré. Pensaba en mi nonno y en lo mucho que lo extraño, en que no me va a estar esperando a la salida de arribos en Ezeiza cuando vuelva a casa. Y volví a preguntarle, no sé muy bien a quién, sobre él. Y luego de prenderle una velita, me inundó una paz mezclada con melancolía y alegría que me agobió, y las lágrimas comenzaron a caer sin permiso. Me acerqué a Giuli un poco riéndome por la situación, completamente inesperada, y otro poco secándome las lágrimas y frenando otras que amenazaban con salir.
Si hay algo por lo que Roma se quedó con una parte mía, además de la extraña conexión que sentí con mi nonno, fue por su gastronomía. La mezcla de sabores me recordó a los almuerzos de domingo en la casa de mi abuela; la abundancia en el plato y la dedicación a cada comida me recordaban a casa. Algunos lugares donde comimos eran tan locales y sencillos que era como estar en el comedor de una casa en Argentina. La amabilidad y la atención de la mayoría de los que nos atendieron se sentía tan familiar como ajena. El café me generó una felicidad que me recorría las venas, y no creo que vuelva a tomar tan buen café como en Italia. De hecho, me tomé uno en Brighton y me sentí un poco decepcionada, un pensamiento medio snob de mi parte que no me enorgullece pero no por esto menos real.
Roma es una ciudad para la que no alcanzan dos ojos para ver todo lo que tiene para ofrecer. Por cada lugar que pases vas a encontrarte con arquitectura maravillosa, obras de arte que te dejan con la boca abierta y siempre, siempre es necesario que mires para arriba, pues ahí te encontrás con sorpresas: más arte, santos encastrados en las paredes, balcones con flores, balcones con ropa secándose, ventanas que esconden años y años de historia. Hay construcciones que no entiendo como las personas las hacían, como hubo un momento en la historia en que decidieron que iban a hacer semejante edificio, casa, o mural, muchas veces por amor al arte, sin saber que miles de años más tarde seguirían ahí y serían admirados por millones de personas. Me fascina la historia de ciudades y civilizaciones tan antiguas, lugares donde nacieron tantas de las cosas que hoy damos por sentado, esos espacios de donde venimos como humanos y ni nos damos cuenta. Volví de Roma con ganas de leer sobre su historia, sobre esos mismos temas que durante la secundaria quería evitar a toda costa. Volví con ganas de aprender sobre mitología, algo que siempre me interesó, pero a lo que nunca le dediqué el tiempo necesario. Quizás el momento es ahora. No lo sé.
Ya sabía que iba a ser inevitable pensar en mi abuelo cuando visitara Italia, estuviese vivo o no. Supongo que si lo estuviese, lo habría llamado desde allá, le hubiese mandado todas las fotos que le mandé a mi abuela, y me hubiese contestado con audios contándome sobre algún lugar que visitó cuando estuvo ahí, dándome recomendaciones de a dónde ir o qué pedir. Definitivamente le hubiese comprado algún souvenir para llevarle, algo para que recuerde su país y la felicidad que me dio. Me acuerdo más seguido de mi abuelo de lo que me atrevo a confesar. A veces me reclamo que no lo llamé lo suficiente, que no hablé con él tanto como me hubiese gustado, y que renegué de más cuando vivíamos a cuadras de distancia. Ya no hay mucho que pueda hacer al respecto, pues él ya no está y no hay manera de cambiar el pasado. Lo único que me queda ahora es recordarlo, revivir los momentos que vivimos juntos, y preguntarle al resto de mi familia sobre como era él antes de que yo exista. Eventualmente, me gustaría conocer la ciudad en la que nació y caminar las mismas calles que él habrá caminado hace muchísimos años. Sentirlo en cada esquina del lugar que lo vio nacer y volver a verlo en la cara de desconocidos.






Lo último antes de que te vayas:
Lo último que miré: Drive to survive. Vroom vroom, volvieron los autitos 🏎️
Lo último que leí: Un poco de The Secret History de Donna Tart. Estoy descubriendo que me gusta mucho el dark academia. Veremos cuál es el próximo del género que lea; tengo una lista con muchísimos títulos.
Lo último que escuché: Estoy escuchando mucho este temazo, y el álbum de The Last Dinner Party.
Lo último que compré: Oreos y pan lactal con semillas, nada demasiado interesante.
Lo último que me sorprendió: El miedo que me da decir lo que me pasa y lo que siento. Cuando lo intento, generalmente algo me paraliza y no sé como seguir sin que mis pensamientos se vuelquen a una catástrofe.
Lo último que comí: El desayuno de todos los días, que incluye omelette con queso y espinaca sobre pan integral. Y obviamente un café después de un rato.
Qué bella carta de amor a Roma ♥ A veces me olvido que Europa no es solo Inglaterra - maldita obsesión mía con el país en el que vivís :P
Me hiciste recordar que ya salió la nueva de Drive To Survive, omggg!